¿Por qué me persigues? (II)

Por Ángel J. Barahona Plaza, 16 de septiembre de 2015

Los perseguidores siempre están convencidos de que uno sólo o una minoría es nociva, vírica, para el conjunto de la sociedad. Contaminan al todo, supuestamente originario, puro con su sola presencia. Y la herida que generan con su sola presencia requiere ser cauterizada con sangre. La masa se aglutina sobre esa víctima que amenaza con generar la peste, el caos a la comunidad, y adquiere gracias a ella el pegamento necesario para coser los entresijos contaminados de la herida abierta que se le acusa de haber provocado. La víctima es la mediadora de la salud.

 

“La acusación estereotipada permite y facilita esta creencia y desempeña un papel mediador”.

 

La multitud (término técnico en los Evangelios), la comunidad –masa se amalgama de manera desordenada en un mismo lugar y momento. Si repasamos en el pasaje del evangelio en el que una multitud se congrega ante Jesus para acusar a una mujer “pillada en flagrante adulterio”, entenderemos de un vistazo lo que queremos decir (Cf. Juan 8).

 

“La multitud siempre tiende a la persecución pues las causas naturales de lo que la turba, de lo que la convierte en turba, no consiguen interesarse. La multitud, por definición, busca la acción pero no puede actuar sobre causas naturales. Busca, por tanto, una causa accesible que satisfaga su apetito de violencia”.

 

Los que arrastran a la multitud para purificar a la comunidad de todo aquello que la corrompe, de los pecadores, de los extranjeros, la adúltera de turno, de los extraños que alteran la tranquilidad, piden que la herida se cierre con el único pegamento que cauteriza: más sangre que coagule más rápido.

La justificación de que son culpables solo es necesaria en el primer gesto, lo demás es repetición mimética. La masa se siente anónima e inocente. Por eso “es bueno que uno muera en esta Pascua” por todos, o que apedreemos a la adúltera para evacuar nuestra propia basura sobre sus espaldas es tan importante, un gesto mimético, digno de ser imitado genera la catástrofe o la solución del conflicto: todos los demás son imitadores. La caza y captura, el acoso de los culpables se perpetúa fortaleciéndose a sí misma en su ensañamiento cuántos más cadáveres acumula, hasta volver insensibles a los perseguidores. Eso exige unos crímenes mucho más racionales y lógicos (es lo que nos ha enseñado el nazismo y comunismo). Por esto, los líderes que realizan primeros gestos luego son imitados por la multitud ya de manera inconsciente (Girard lo denomina méconnaissance: “sé pero no quiero reconocer que lo que hago es un crimen”, y la única manera de reinvertir el proceso es lo que muestra evangelio de manera paradigmática: la personalización de los que componen la masa…”el que esté libre de pecado que tire la PRIMERA piedra”. Esta frase es la consciencia preclara de Jesús sobre la lógica mimético sacrificial de todos los grupos humanos); es por esto que se busca dotar de cuerpo social de todo tipo de acusaciones estereotipadas, causas de culpabilidad de las víctimas (recuérdese la propaganda nazi al respecto contra los judíos) que se convierten en el mecanismo de persecución que lleva a las catástrofes humanitarias como la que estamos viviendo y de las que la historia está llena.

“Las minorías étnicas y religiosas tienden a polarizar en su contra a las mayorías. Este es un criterio de selección de víctimas sin duda relativo a cada sociedad, pero en principio transcultural. Hay muy pocas sociedades que no someten a sus minorías, a todos sus grupos mal integrados o simplemente peculiares, a determinadas formas de discriminación cuando no de persecución (…). Junto a estos criterios culturales y religiosos, los hay puramente físicos. La enfermedad, la locura, las deformidades genéticas, las mutilaciones accidentales y hasta las invalideces en general tienden a polarizar a los perseguidores (…)».

Si hay alguien a quien imputar nuestra infelicidad, nuestros desarreglos, y evaluar sobre él nuestra furia evita volvernos contra nosotros mismos inaugurando un mundo en caos permanente. La víctima no tiene que ser necesariamente culpable de nada. Podemos ignorar esto o confesarlo, pero lo verdaderamente importante es que estemos juntos –unánimemente concernidos- al señalarla como la causa de nuestros males (“Fuenteovejuna, todos a una” confiesa el pueblo en la obra de Lope De Vega, auto inculpándose de asesinar al Comendador, que los exime de culpabilidad: “todos le hemos matado; “todos le abandonaron”, por tanto nadie que nos acuse, todos inocentes). El daño colateral que hará que nuestros enemigos recapaciten o reconozcan nuestra superioridad moral, es el derroche de sangre humana que queda justificado en aras de un bien mayor, la paz interna de una comunidad en crisis. “Si mueren inocentes… no lo buscábamos”, pero era inevitable: esta es la razón argumental del terrorismo indiscriminado…

Lo que nos «revela» el cristianismo es una sabiduría única: la inocencia de todas víctimas del mundo. Las víctimas son excusas, son símbolos llenos de contenidos emocionales que nos dan pistas de una ancestral costumbre de la comunidad humana de asentar sobre las espaldas de otros nuestros precarios órdenes. Adúlteras, prostitutas, esclavos, negros, homosexuales, judíos y cristianos, niños de todos los colores fueron medios para canalizar nuestras frustraciones, de eximirnos a nosotros mismos de culpa en nuestros fracasos y derrotas. La lógica que sustenta este orden macabro es que los que fueron víctimas se convirtieron en verdugos y por haber sido inocentes se legitimaron a sí mismos como asesinos, es cierto, es el carácter casi cíclico de la historia el que nos juega estas malas pasadas. Por eso es tan importante la revelación evangélica puesta en marcha: ¡cuando comprenderemos que los seres humanos somos perseguidores los unos de los otros, pero “sin causa”! (sin causa me aborrecen”)

Este mecanismo estereotipado esta únicamente expresado en los Evangelios. Los mitos lo ocultan porque no pueden juzgar a la comunidad a la que pertenecen y a la que representan. Los mitos excusan a la masa-multitud-comunidad de los crímenes nefandos cometido en aras del orden que alteró la víctima. Representan a la víctima como criminal para no arriesgarse a la autodestrucción. Imaginemos que los nazis, con Hitler a la cabeza, hubiesen dicho: …. “Señores de la humanidad, nos hemos equivocado, somos unos criminales; los arios somos una panda de asesinos que hemos llevado a la humanidad a una catástrofe sin precedentes engañados por una falsa idea de perfección de la raza, con intereses oscuros que hemos descubiertos diáfanos en el proceso… Somos culpables”. Es ridícula, pero es lo que nunca sucederá. Pocos nazis se vinieron abajo y reconocieron su culpa en Núremberg. ¿Qué culpa habrían confesado…? Como mucho hubieran podido argüir haber sido abducidos por un poder de las tinieblas, otra cosa solo ofrecería como alternativa el «por favor hagan desaparecer de la faz de la tierra a este criminal inmundo que soy yo”.

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