Un girardiano converso: Mikel Azurmendi, y Edith Stein

Por Ángel J. Barahona Plaza, 9 de agosto de 2021,  9 de agosto fiesta de Sor Benedicta de la Cruz a pocos días de la muerte de Mikel Azurmendi.

Quiero recordar en este día la muerte de Mikel Azurmendi. ¿Qué tendrá que ver Edith Stein con Mikel Azurmendi? Ambos parten de una búsqueda filosófica de la verdad, ambos experimentan las limitaciones del pensamiento filosófico, ambos optan con todo su ser por este itinerario sin importarles las convenciones, el reconocimiento de los demás. 

Ambos arriesgan a convertir su vida en un paso por el desierto… El lugar privilegiado para encontrarse con Cristo. El lugar en el que no hay consuelo, en el que se está “solo a solo”, donde cada paso es un riesgo de muerte, que hay que darlo solo y contra corriente. Ambos dan ese paso distanciándose de sus lugares naturales de seguridad, el mundo judío para una, el mundo nacionalista para el otro. A partir del encuentro con el Amor y la libertad, empieza un camino de amenazas, de riesgos, de dolor, de sufrimientos que les van asemejando, casi sin darse cuenta, a Aquel que los buscaba: Cristo.  A Mikel le faltó tiempo para consumar definitivamente el camino martirial que empezó por su amor a la verdad. Le faltó el tiempo en el que esa Verdad se encarnó en una persona: Cristo. Edith Stein consumó esa relación esponsal. A Mikel le sobró tiempo de cruz, no murió joven como Edith, y en ello tuvo su consumación pautada. Ambos renunciaron a sí mismos para donarse en la forma en la que Cristo había decidió crucificarlos con él. Tal vez sea exagerado compararlos, porque ser víctima del nazismo no es una forma de victimación más. Pero creo que no hay gradualidad en la experiencia de ser víctima de una ideología excluyente y asesina, solo formas más o menos crueles de sufrirla.

En su último libro, autobiográfico, condensación de su sabiduría de la cruz de los sufrimientos cotidianos, El otro es un bien, Mikel Azurmendi propone una versión moderna y actualizada de la Ciencia de la cruz de Edith Stein. Cuántas razones tendrían ambos para decir que el otro es un monstruo, que es el mal y, sin embargo, nos dicen lo contrario. Han descubierto que el otro es Cristo. Eso lo cambia todo. 

El libro es una auténtica biografía vital e intelectual. Es una descripción biográfica vibrante de un hombre sabio que condensa por precipitación las experiencias acumuladas de años. Queriendo vivir con autenticidad y radicalidad la vida pasa por etapas en las que se va configurando un carácter de buscador impertérrito de la verdad. Su personalidad manifiesta un amor a la verdad que se expresa en una forma de vivir y de pensar que busca incansablemente el sentido. 

En primer lugar, como joven idealista, en los primeros capítulos trata en de contarnos sumariamente su experiencia de juventud cuando era un idealista arrastrado miméticamente por el entorno que le llevó a enrolarse en la mítica concreta del terrorismo etarra. En un segundo momento, introduce sus descubrimientos personales como antropólogo: somos animales racionales pero, tal vez, lo más importante sea reconocernos nuestra interdependencia. La idea de la interdependencia y la emoción como características del ser humano diferenciales está fundamentada sobre el concepto de deseo. Lo que él llama “nicho humano” es algo así como que: si somos seres humanos lo somos porque estamos en un mundo con otros. 

Se podría decir que por influencia de la filosofía girardiana con toda seguridad, porque aunque no lo cita nunca -cosa que le imputo- permanentemente está usando conceptos girardianos en torno al deseo, a la triangularidad, a la mimesis, al mecanismo de chivo expiatorio.  El deseo es el que orienta su sabiduría remitida siempre al sentido común chestertoniano a lo vasco. 

Luego viene una declaración de intenciones antropológico filosóficas: “yo no soy un ser en relación como una cuestión accidental, como diría Aristóteles, que reconoce la relación solo como un accidente, sino que constitutivamente soy un ser relacional”. Sin el otro no tengo deseos. El otro es el que marca la pauta de lo que debo de desear y también es el obstáculo y la facilitación del ser. Siempre estoy mirándome en el otro y siempre a través del otro me reconozco como soy. Es esa relación de interdependencia lo que me constituye en humano. Más adelante se detiene asombrado reconociendo, en el don de estar constitutivamente diseñados como seres filiados, dependientes, que biología y psicología van a la par. Las neuronas espejo –aquí si cita a Rizzolati y Gallese, que se inspiraron en Girard para su descubrimiento y que les ha merecido tantos premios internacionales–, emocionalmente nos proporcionan una imagen del mundo del otro replicada en nuestro cerebro digna de ser imitada.

La imitación, tampoco desde el punto de vista girardiano, no es una cuestión inocua, meramente constatable como factor educativo o cultural, sino constitutivo y condicionante inextirpable de nuestra configuración como personas y como inapelable interventor de nuestras relaciones conflictivas. La rivalidad aparece en el horizonte de Mikel Azurmendi como un sine qua non de nuestra animal-humana condición mimética originaria. Solo que, como buen antropólogo, tras traer a colación la imitación estudiada por otros antropólogos en el mundo animal, advierte que estos se quedan cortos respecto a la importancia que adquiere en el mundo humano. Entiende que la mimesis está en el corazón de las ideologías como el marxismo que él profesó en su juventud idealista. ¿Quién no se siente en la adolescencia atraído por modelos de perfección justicialistas? ¿por ideas rectoras que envuelven la propia vida otorgándole un horizonte de sentido pleno: la lucha contra el mal en el mundo? Pero todo este lenguaje grandilocuente de las ideologías resulta ser no mucho más que pura imitación de modelos mas o menos inspirados en los tópicos ilustrados: igualitarismo, libertad, fraternidad… que ya Chesterton, una de sus lecturas preferidas, desmitificó, reduciéndolas a ideas cristianas que se han vuelto locas al secularizarlas.

El descubrimiento de que “el otro es un bien”, no es una cuestión baladí, cuando a lo largo de su vida tuvo que escuchar tantas veces que el otro es un enemigo. Su contribución fundacional al foro de Ermua supuso una toma de posición contraria a la inercia mimética de su posicionamiento político de juventud. Acostumbrado a pensar en términos dialécticos, donde el otro o es un camarada concernido por el mismo odio, o es un obstáculo para la realización de la utopía, el cambio de paradigma que le supuso encontrarse con gente buena, que hacía cosas buenas por otros, sin buscar la reciprocidad o el retorno, le abrió a un mundo desconocido: el cristianismo. Un modo nuevo de ver el mundo, que poco tenía que ver con los prejuicios heredados de la pátina de catolicismo de la España post franquista que le tocó vivir.

El comprender las relaciones humanas como modos de permanente rivalidad mimética hace entender el mundo en modo maniqueo. Buenos y malos, amigos y enemigos, antagonistas políticos, para los que el horizonte es siempre la tensión y hasta la guerra. La historia de la humanidad es la demostración empírica de esto. La consideración del otro como un bien es un cambio radical de paradigma. Aun en la disensión, aun en las diferencias, el horizonte es la reconciliación, que no es una “síntesis” de la consabida dialéctica de los opuestos, sino un mirar en la misma dirección: el bien de la humanidad, no el de mi grupo, de mi gente, de mis convecinos. En Mikel, formado en la lectura de Hegel, Marx, y la escuela de Frankfurt, la superación de este paradigma de confrontación fue posible ante la experiencia del amor al que no vale, la acogida al forastero, al huérfano y a la viuda. En él, esa encarnación de las prescripciones bíblicas judías, era fácil de reidentificar en las secuelas del terrorismo, por eso su lucha continua por la paz y la reconciliación, por la restauración de las relaciones de buena convivencia en el seno dela sociedad vasca, fue una de sus prioridades vitales. Su encuentro con Cristo, a través de los testimonios de gente de Comunión y Liberación, supuso un verdadero Kairós en el tiempo –que no sabía final, pero sí plausible– de una vida dedicada a los demás. Yo le conocía por sus libros como antropólogo, y una amiga me pasó su testimonio de conversión en youtube, no cabía en mí de alegría: sentir a un desconocido personalmente como hermano en Cristo después de una historia de buscador de la verdad que conocía había sido apasionante. Él no me conocía de nada, o al menos eso pensaba. ¡Cuál no sería mi sorpresa cuando un día recibí este email!:

Perdone mi atrevimiento en dirigirle de sopetón mi deseo de que participe usted en la presentación de mi último libro El otro es un bien, editado el año pasado en Amazon. Seríamos sus colegas Jon Juaristi, Regino García-Badell y yo mismo, en un acto no presencial mediante la tecnología digital Zoom, en septiembre. Nuestros escuchas serían, supongo, gente cristiana.
Me dirijo a usted porque soy un lector aplicado de su libro Réné Girard, de la ciencia a la fe que yo leí al retomar la lectura de Girard tras mi conversión cristiana. Desde mis tiempos de profesor universitario de Antropología e Historia comparada de las Religiones yo había sido un fan de La violencia y lo sagrado hasta que leí Le bouc émissaire en cuanto salió en Francia comprobando que Girard se había hecho cristiano. Entonces lo arrinconé. Algo muy semejante me ocurrió con Alasdair McIntyre y su Tras la virtud, de quien por motivos análogos abandoné in medias res la lectura de Tres versiones rivales de ética. Tras mi conversión me propuse entender mi rechazo a ambos y he leído la mayor parte de la obra de Girard, en francés siempre que pude. También algunas tesis doctorales sobre él, que circulan en Google, y decenas de artículos, por supuesto todos los del número especial sobre él en Les cahiers de L’Herne. Soy un convencido de la realidad del deseo mimético, sólo que entiendo de un modo menos acartonada la mediación, menos pendiente del distanciamiento físico se podría decir, para hacer intervenir más en ella la pulsión suscitada por las emociones ante el encuentro con el otro/lo otro: esencialmente la emoción de envidia (de la que resultaría la llamada mediación interna relanzando el mecanismo de hostilidad) y la de admiración (de la que resultaría la mediación externa impulsando el mecanismo de imitación).
Como ese libro mío pretende ser cristiano (aun sin ningún nihil obstat) y una parte esencial está directamente inspirada en Girard (teoría del deseo mimético, hipótesis de la hominización y relevancia de la Revelación en el Antiguo Testamento, pero fundamentalmente en el Nuevo desde la persona de Jesucristo) me ha parecido necesario recurrir a usted experto en Girard. Sería, pues, un honor para mí que usted accediese a mi demanda.

No tardé ni un minuto en encargar el libro, que leí en un par de días, primero como un curioso lector, después con emoción, y en todo momento pensando “este es el libro que me hubiera gustado escribir a mi”: el de un hombre libre, que ha descubierto la perla y ha vendido todo su bagaje académico, toda su necesidad de reconocimiento, todo sus prevenciones en el mundo de lo políticamente correcto, para expresar con alegría y agradecimiento el fruto de su conversión al cristianismo, con tal de obtener ese tesoro vetado para los inteligentes y los ricos, y desvelado para los humildes (no menos inteligentes) y pobres de espíritu. Ha muerto un hombre sabio, liberado de toda convención humana, luchador por la verdad, que siempre dijo lo que pensaba, que siempre estuvo del lado de los inocentes, que no supo hasta el final de sus días que Cristo le estaba esperando como a Nicodemo para volver a nacer.

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