Kings of disaster
Por Ángel J. Barahona Plaza, 11 de octubre de 2020
Estaba escuchando a Salvador Sostres en el programa Herrera en COPE ironizando con los tertulianos sobre cuál es el papel de un rey, refiriéndolo a Felipe VI, y el acoso y derribo al que está siendo sometida la monarquía en España. No sé si habría leído a James Frazer, La rama dorada, un clásico sobre reyes occisos africanos, a Joseph Campbell, o el libro de Simon Simonse, Kings of Disaster, (Fountain Publishers, Uganda, 2017).
Simonse, experto en la medición de conflictos en el Cuerno y los Grandes Lagos de África, se interna en el proceloso mundo de los reyes sagrados. Constata que las entronizaciones de caudillos y líderes en los diferentes regímenes políticos de la historia están envueltas en una simbología universal y en rituales de carácter semi sacral. Recientes estudios como la exitosa tesis doctoral del ruandés Gaetan Kabasha, sobre los conflictos en Ruanda entre Tutsis y Hutus son incomprensibles sin la introducción de dichas categorías. Simonse no oculta su fuente de inspiración: Girard le da la clave hermenéutica. Esta obra, Kings of Disaster, es el fruto de un sistemático estudio de los «Rainmakers of the Nilotic Sudan» que es, en muchos sentidos, un gran avance en el pensamiento antropológico sobre los sistemas políticos africanos. Inspirándose como hemos anunciado en la teoría mimética, poniendo el énfasis en el rico término antropológico acuñado por Girard, el de chivo expiatorio, y en su estudio de campo inmerso en la vida cotidiana de las tribus del Sudeste de Sudán: los Bari, Lotuho, Pari, Lokoya, y Lulubo, nuestro autor realiza una investigación novedosa cuya hipótesis parte de la pregunta que los Lulubo se hacen cuando una calamidad irrumpe en la vida cotidiana de la tribu: ¿Quién es el rey de este desastre? Casi siempre es una sequía, un ataque de leones o leopardos, la aparición de una enfermedad contagiosa, o una hambruna terrible que amenaza con convertirse en una catástrofe irreparable. Sea lo que sea, lo que la comunidad tribal quiere saber es quién es el culpable. El rey del desastre es el individuo que será señalado por traer la enfermedad maliciosa a otros miembros de la comunidad. El rey es el chivo expiatorio. En concreto, cuando se trata de una sequía el llamado rainmaker (el hacedor de lluvia) se piensa que posee el poder para prevenir o causar la sequía, él es el rey más importante.
La teoría del chivo expiatorio de Girard inspira a Simonse para comprender la naturaleza de estos acontecimientos que escapan al control de la comunidad. El chivo expiatorio provee un irremplazable punto focal de la acción colectiva.
“Cuando el hambre amenaza… Un estómago vacío vuelve a la gente amarga y resentida incluso cuando nadie sea responsable directo. Dirigiendo su amargura hacia el chivo expiatorio puede ayudarles a evitar que uno salte sobre la garganta de otro. El mecanismo del chivo expiatorio difiere la violencia interna y promueve la unidad canalizando la tensión y la hostilidad en una única dirección. Aunque las condiciones meteorológicas puedan permanecer inalterables, un acuerdo espontáneo, sin razones, entre los miembros de la comunidad para acusar a una persona del mal tiempo puede estabilizar en cambio el clima social. Una vez ha sido designado el rainmaker, cada uno puede afirmar que esa persona ha sido la responsable de la ininterrumpida sequía. El trabajo delrainmaker no consiste en hacer llover, sino en absorber el dolor de la comunidad cuando falla la lluvia y la alimentación escasea. En la ceremonia institucional del rainmaker de los Ngangala, la gente le dice: “Te entregamos la amargura de nuestro estómago a ti”. El rainmaker es destinado a cargar con el más duro resentimiento colectivo cuando los tiempos son malos. Sospecha y acusación se centrarán sobre el rey”.
S. Simonse, Kings of Disaster, 2017, p. 13.
Simonse demostrará en este libro que ser rey de esta manera no es una mera tarea azarosa, sino que es lo único en que consiste ser rey. Una figura de quita y pon, según vengan mal dadas, que pague las desavenencias internas. Él es el pararrayos social del desastre que se cierne sobre la comunidad. Desastre, etimológicamente viene de «dejar de estar bajo el amparo favorable de los “astros” protectores». Este individuo ha sido desamparado de la protección cósmica, para que la comunidad pueda catartizar, reconducir, sus violencias y resentimientos colectivos internos contra él y que el orden espurio retorne al seno de la vida comunitaria.
El autor muestra que la distinción, con una larga historia, entre los estados y las sociedades sin estado, como dos tipos políticos fundamentalmente diferentes no se sostiene. Los sistemas centralizados y los fragmentados solo difieren en el énfasis relativo que se pone en el papel de víctima del rey en comparación con el de enemigo. Kings of Disaster propone, desde Girard, una solución no partidista al controvertido problema del regicidio. Obviamente, a un lector avispado no se le escapa la sangrienta relación que puede establecerse inmediatamente entre reyes sagrados arcaicos y líderes a penas sacralizados que han muerto en diferentes altares de la historia: Julio César, Luis XVI, Nicolas II, Francisco José I, Mussolini, Ceaucescu, Calvo Sotelo, Sadam Hussein, los Gandhi, J. F. Kennedy, Luther King, Rabin… serie infinita que elude los que han pasado desapercibidos, o por no consumados (Alfonso XIII) o por su irrelevancia para la historia posterior.
En la Violencia y lo sagrado, Girard decía que las monarquías africanas eran víctimas potenciales cuya ejecución era retenida en el tiempo a la espera del momento oportuno de su sacrificio. “El rey reina solo en virtud de su futura muerte” (1977: 107). Simonse, denomina a este tipo de reyes “víctimas en suspense”. El regicidio no es el destino de todos los reyes. Si durante su periodo de designación como víctima acontece la lluvia, el agradecimiento de la gente le permitirá vivir su vida con normalidad. La victimación no se llevará a cabo y se quedará en un constructo mental “estructural o constitutivo” de la monarquía como una nube oscura que pulula por encima de la cabeza del rainmaker. Cómo se revierte esa designación de víctima si acontece la lluvia y vuelve a su estatus de individuo con una vida normal era un problema que antropólogos de la talla de Evans-Pritchard, Victor Turner, o Du Chaillu no lograron resolver. Simonse sugiere un acercamiento alternativo: el rol de víctima llega primero. Ver a los miembros de la multitud como inferiores estructuralmente a su víctima es una ilusión óptica producida por el futuro radiante del rey, porque en realidad, el poder sobre la vida y sobre la muerte originalmente descansa en la colectividad. Es la masa la que tiene las cartas en la mano. Solo cede el “poder” a la víctima en un momento en el que necesita revestirlo de la dignidad de rey para que su figura pueda representarlos a todos. Este es el punto enigmático de la elevación dramática en el estatus de la víctima instantes previos a su linchamiento. La participación unánime en ese linchamiento de todo el “populacho” es necesaria para que todas las rencillas de la comunidad, todas las tensiones grupales se reconcilien en torno a un chivo expiatorio común.
Actualmente en Europa este intrincado mecanismo queda como vestigio en las fiestas populares en las que algún muñeco es apaleado, destrozado y quemado por la multitud (las fallas, los carnavales…). Rituales que perviven en el folclore y que ya no se entienden (Byung-Chul Han, La desaparición de los rituales, 2020). Pero a pesar de las nubes que se ciernen por el paso de la historia sobre estos pseudo rituales y que impiden su comprensión o su evidencia, apenas pueden borrar las huelas de un crimen colectivo. La inversión de víctima en regulador (Rey) o viceversa depende del tiempo, de si llueve o no. La metamorfosis de uno en otro depende de la consumación o no del sacrificio. Aunque según Simonse es la anticipación de la muerte colectiva en el imaginario de la comunidad y no el evento mismo del sacrifico el que tiene un efecto unificador. Es el “suspense” sobre lo indefinido del final lo que fortifica los lazos de la comunidad. Lo más interesante –para nosotros, preocupados por esa metamorfosis– es que nos permite entender cómo un estatus sagrado, otorgado por la comunidad por su capacidad de conseguir la unanimidad/paz de una masa divida por sus tensiones rivales, se transforma en poder temporal: la transformación de la víctima en rey. Y ello aun permaneciendo en el misterio el proceso psicosocial de la conversión de víctima en regulador/legislador/rey –proceso que Unidas Podemos está llevando a cabo bajo la idea de una pureza republicana exenta de contaminación– y con el tiempo en víctima divinizada.
Kings of Disaster es un logro monumental. Creo que es el trabajo más importante sobre el tema de la realeza divina que se ha realizado hasta ahora, desde Sir James Frazer y Evans-Pritchard. Nos presenta conclusiones definitivas. ¿Por qué los conflictos internos o externos de grupos rivales en el interior de tribus, naciones, o pueblos concluyen con sacrificios criminales (o linchamientos mediáticos) en los que una comunidad unánime occisa a sus cabezas más representativas? Y la pregunta más acuciante para nosotros… es aplicable este descubrimiento en África al problema filosófico político más apremiante que conocemos en la historia de la humanidad: ¿cuál es la naturaleza real del principio de soberanía que todavía se esconde detrás de las formas burocráticas del Estado-nación moderno? Las respuestas nunca son exactamente las que esperábamos. Este libro nos permite entender lo que está pasando en España y comprender la historia, la política, y el funcionamiento de los sistemas sociales. No es tanto la racionalidad económica o política, lo que mueve los hilos, sino las emociones, las envidias, los resentimientos y la mímesis colectiva bien manipulada la que dirige la historia.
David Graeber, de la London School of Economics nos ratifica esta intuición: «Es imposible exagerar los logros de este libro… nos obliga a pensar de una manera distinta los orígenes del poder político y el estado». El problema de las democracias es la ignorancia de la historia y la ilusión prepotente de estar en la verdad y pensar: “a mí no me pasará”, porque la única diferencia entre los reyes sagrados o líderes sacralizados con la democracia es que esta ha logrado institucionalizar ese linchamiento en períodos de cuatro años, en los que el “populacho”–todos nosotros– elegimos a quien “decapitar” –aunque sea a través de un voto en una urna o guillotina– y a qué rainmaker encumbrar para tenerlo ahí para cuando vengan mal dadas.
Buenas tardes,
El concepto de masa es, en realidad, cualitativo. Una manifestación coherente, armonizada y respetuosa de miles de personas no es ninguna masa; dos personas enardecidas miméticamente contra una tercera son ya una masa,
Gracias !
Fernando, muchas gracias a ti por tu comentario. Efectivamente. En ese sentido, es interesante ver la gran variedad de términos que en cada lengua se utilizan para designar los distintos tipos (cualitativos) de agrupaciones de individuos. Elias Canetti trató de realizar una clasificación de los distintos tipos de «masas» o «grupos» en su obra *Masa y poder*. También es muy interesante el análisis que del *oclos* hace Ratzinger en *Jesús de Nazareth*, al analizar la Pasión de Cristo. Ángel Barahona lo recogió en su introducción a la recopilación de artículos de Girard publicada por Caparrós, *La piedra desechada*.