En un mundo violento (2)

Por Ángel J. Barahona Plaza, 28 de noviembre de 2014

[Continuamos con la publicación de esta serie de posts que se escribieron a finales de noviembre, pero que siguen teniendo actualidad y que prueban el poder explicativo de la Teoría Mimética]

El pensamiento único tiene una serie de características que lo hacen único… El hombre no es más que un animal, con una singular capacidad para emocionarse, pero sin destino trascendente. Como un animal se rige por leyes darwinianas, la supervivencia es la ley que gobierna todo comportamiento. Como miembro de una manada algunos individuos deben ser sacrificados en beneficio de la especie. Solo que como el hombre es además racional, selecciona a esos seres prescindibles por categorías estereotipadas: ser minorías étnicas, religiosas, migratorias… Pero lo importante es que esos elegidos tengan capacidad de congregar el odio o la mirada de todos, para que el resto se salve.

La unanimidad en orden musulmán o en el orden de las sociedades occidentales se forja contra la única minoría que hoy dice algo que disiente de lo que todo el mundo acepta. La legitimación de la violencia propia está fundada sobre la creencia de que «estamos en la verdad» (en la interpretación del Corán o en la implantación de la democracia, da lo mismo) y todo lo que no caiga dentro del paraguas de esa verdad subjetiva, particular, del “nosotros los musulmanes” o del “nosotros los demócratas” occidentales, que yo-nosotros poseemos en exclusiva, ha de ser denunciado, o puesto en estado crítico, y ser erradicado en última instancia. Los otros están en la mentira o en el error.

Al estar en la verdad, la violencia está legitimada por parte del Estado (Islámico o democrático) porque éste se ha erigido en mediador absoluto de los desvalidos ciudadanos. El Estado nos devuelve al estado primitivo y nos hacer retornar a la minoría de la edad de la razón: piensa por nosotros, nos dice lo que está bien hacer, lo que debemos opinar… ¡Si Kant levantara la cabeza! El Estado ejerce la violencia con toda clase de cuidados y equilibrios en las sociedades democráticas y con descaro tiránico en las pseudo-democráticas.

 

 

El éxito de su control reside en el miedo que los ciudadanos se tienen unos a otros, necesitan ese Levithan hobbesiano que les defienda de sí mismos, de sus propios hijos… Pero fuera de ese férreo control que pedimos para el vecino, estamos autorizados ad intra a hacer cualquier cosa. En el sujeto normalizado… estabulado, solo hay una vía de sentido o de escape: dejar que el deseo fluya en el placer de las pequeñas cosas y que nadie se interfiera. La contemplación estética es la fuente del placer. El placer está domesticado: la sociedad del consumo convierte los vicios privados en virtudes públicas y revierte sobre sobre el mercado sus productos de salvación. Lo que antes era “pecado”, y era visto como aquello que produce daño al individuo y a la sociedad, ahora se convierte en Ley, en norma, porque hay detrás un negocio que defender que llena las arcas del Estado. Incluso los indignados han caído en la trampa: los revolucionarios de hoy no son anarquistas, humanistas rousseaunianos que buscan el retorno al trueque (al estilo del Manifiesto comunista de Marx) como algunos piensan tildándolos de románticos, nostálgicos, ingenuos, anacoretas o tecnófobos de la sociedad tecnológica e industrial. No, son súbditos del Estado que quieren que éste sea mejor Padre, o una Madre de verdad. La pachamama nos debe sus frutos como compensación de nuestros sacrificios. Quieren más Estado, más seguridad social, más cobertura de desempleo, incluso sueldos igualitarios para diferentes trabajos. Si el Estado se yergue en Padre, que ejerza. Que pague los caprichos de sus hijos arrojados sin su consentimiento a la vida; tienen derecho a reclamar recompensas, que se les mantenga sin pedirles nada a cambio.

Las fuentes del placer son cada vez más sofisticadas, pero cualquier tipo de placer, siempre subjetivo, es válido y ha de ser financiado. El problema es que no vale nada un placer no compartido, o no público, y he aquí el problema: siempre es acosta de otro. Y eso, una sociedad susceptible en sumo grado, victimista, políticamente correcta, tiene que regular exhaustivamente  toda acción pública bajo una rigurosa ley. En la sociedad de la transparencia (Byung Chul Han) es complicado mantener en privado el placer. El abuso sexual, el crimen, las adicciones, el alcohol, tienen consecuencias inevitables para la vida social que desatan represalias y violencia. Tolerarlo todo es peligroso para la supervivencia de la tribu… convertir en norma de ley algunos placeres va a ser la solución: hacer de la nueva moral normas de tráfico viario porque prohibir todo lo que hace a alguno víctima es imposible, disminuye la rentabilidad y genera caos social.

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