En un mundo violento (1)
Por Ángel J. Barahona Plaza, 27 de noviembre de 2014.
El estado islámico inquieta al mundo porque sabe que no parará hasta conseguir sus objetivos. Los logre o no habrá mucho derramamiento de sangre. Los cristianos de Irak y Siria huyen e intentan refugiarse en las ciudades, pero no hay lugar seguro ni dentro ni fuera de las diluidas fronteras. El islam se expande en todas la direcciones con la fuerza de la emigración y de la violencia.
El pensamiento único occidental también se expande: cree que puede exportar la democracia a la vez que importar y comercializar la riqueza de los países por la fuerza de los acuerdos comerciales de las multinacionales y la potencia y sofisticación de sus armas. Es un colonianilismo sutil e impío, porque los Estados mandan como emisarios a multinacionales sin piedad que solo buscan el negocio. Las OeNeGes financiadas o no por el estado son parches de lavado de conciencia.
La aldea global occidental (liberal en lo moral, socialista en lo político, y capitalista en lo económico) cree poder convencer a las otras aldeas de la bondad de su proyecto y, ciertamente, parece que lo acogen: todos son capitalistas aunque el populismo de algunos lo disfrace con teorías del reparto de carácter primitivo, tribal; todos se dicen demócratas aunque algunos no puedan evitar justificar ciertas tiranías transitorias mientras llega el igualitarismo; todos son capitalistas aunque alardean de economías comunistas las élites del partido explotan a sus trabajadores. China, Cuba, Venezuela, Ecuador, Brasil, EEUU, UE, etc… ¿no son los mismos perros con distintos collares? Cada día es más evidente que el único criterio que rige las decisiones políticas es el dinero, lo único que importa por encima de la persona. Las decisiones siempre guardan un carácter sacrificial, alguien tiene que ser sacrificado para que se cumplan los objetivos. Ancianos improductivos, niños “inútiles”, enfermos sin futuro, son costes sin algún tipo de beneficio, lastres sociales que la sociedad de la eficiencia no se puede permitir. El planeta, dicen los profetas de nuestros tiempos, no es sostenible. La natalidad es considerada una epidemia. El aborto se ha convertido en un método anticonceptivo bendecido por casi todos los estados.
La guerra está dentro de las fronteras de los estados post modernos en forma de terrorismo, del amenazante y disgregador nacionalismo y de crisis sociales permanentes. Los grupos antisistemas y populistas crecen y toman relevancia ante la corrupción y la desafección de las masas aburguesadas, las clases medias adormecidas y los indiferentes respecto a los partidos mayoritarios.
Los tertulianos, filósofos, periodistas vocean y señalan permanentemente, cada uno desde su atalaya mediática a aquellos que son los culpables de cada desastre. La culpabilidad es la operación de transferencia más universal que existe en la historia de la humanidad… Alguien está siempre detrás de lo insoportable para mí o para nosotros, los que pensamos parecido, o pertenecemos al mismo círculo y defendemos los mismos intereses. La búsqueda del culpable más afinada es la mejor valorada en el análisis de la realidad. Si encontramos al culpable, reconocemos el grano de pus que hay que extirpar para que la anhelada paz retorne a nuestros amenazados órdenes sociales. La transferencia consiste en que pasamos a otro nuestra propia culpa o inconsistencia y canalizamos a través de ese otro mecánicamente toda nuestra ansiedad y violencia liberándonos del peso de la responsabilidad del cuidado del “otro” en la que estamos implicados. La culpa tiene muchas máscaras, pero un solo rostro: el otro, siempre hay un otro que me exime de mirar mi parte correspondiente en el dolor y el sufrimiento del mundo. (Continuará).