En un mundo violento (3)
Por Ángel J. Barahona Plaza, 1 de diciembre de 2014
Para los posmodernos solo parece haber dos vías de salvación… El sujeto estético y el pacto en condiciones de igualdad en el discurso. Caminos intermedios solo son considerables en el entorno de los intelectuales de élite: la educación mediante el cine, la literatura, el conversacionalismo banal, el arte, la cultura… el común de los mortales estamos lejos de esa no implicación emocional en los asuntos mundanos.
Hay dos dificultades sin resolver en esta propuesta dostoievskiana y posmoderna, profetizada por Kierkegaard: el sujeto estético solo se lo pueden permitir los ricos o burgueses de clase media que viven en las sociedades del bienestar. Vivir de la belleza y salvarse por ella es cuestión de privilegiados que tienen tiempo ocio y bienes suficientes para pensar y vivir el arte; el resto a duras penas se puede contemplar a sí mismo sobreviviendo. El pacto, es un artificio posmoderno que surge a posteriori, tras la catástrofe. Nunca antes, como sería deseable. Los hombres no pactan mientras tengan la esperanza de dominar. Cuando el intento de dominar fracasa es cuando se echa mano de ese recurso que siempre estaba ahí pero que no veíamos la forma de utilizarlo. Tanto se trata de armisticios como de divorcios.
Lo jurídico, herencia del miedo y del fracaso de la ley del talión, como modo de control de la violencia es un gran intento de la humanidad para domesticar al ser humano, pero hasta ahora la historia no deja de mostrarnos su impotencia. A duras penas la ley, los tabúes, ponen obstáculos a la violencia. En las épocas de la humanidad más férreas, en leyes que intenten controlar la violencia y de éticas más excelsas, es en las que hemos sido testigos de los crímenes más nefandos de la humanidad. Solo tenemos que mirar a los siglos precedentes, en los que monstruos de la razón, elevados en nombre del Estado paternal, del poder del pueblo, de las masas proletarias o fascistas, o de los iluminados nazis preñados del romanticismo más feroz del folkgeist, para ver que han sembrado el planeta de cadáveres. La verdad es que el ensañamiento de los intelectuales con la Inquisición (imputando a todos los miembros de la Iglesia en general los crímenes de unos pocos, sin distinción de implicaciones y libertades varias) como el periodo más oscuro y cruel de la historia, solo es comprensible tomándolo como un acto de cinismo alucinante. Tal vez pretendiesen que una vez que uno se hace cristiano se convierte en ángel o un ser sobrenaturalmente coherente. Pero sería imposible que tomando los Evangelios como cúmulos de doctrina pudiesen encontrar en ellos algo parecido a lo que se encuentra en todos los libros de doctrina política de la historia del pensamiento.
La libertad de los hombres parar hacer tras el hábito es inconculcable. La libertad es algo realmente escandaloso, pero es la condición de posibilidad de la dignidad y de que la historia no sea un teatro de marionetas. El riesgo es que a cambio la historia de la humanidad esté siendo lo que parece a Macbeth en el acto V: el relato de un loco lleno de furia y de rabia.
Pero no es esa la visión de Cristo. Su confianza en que no hay modo de ser hombre, hijo de Dios, más que siendo libre, nos hace sospechar que estamos creados para el diálogo con el Creador y con los otros hombres, que la historia da pasos agigantados pero lentos hacia un progreso moral y que el camino es la conversión. ¿Estaban previstos por Cristo los sucesivos intentos fallidos de la humanidad por diseñar una sociedad pacífica? ¿Es posible que fuera la paz la expectativa de Cristo respecto a la historia? ¿Es solo un profeta de la no-violencia?
Autores de renombre en Alemania, Peter Sloteredijk y Ulrich Horstmann, ante las ingentes proporciones que adquiere la violencia propone retornar a la eugenesia o la materia inmaculada.
El advenimiento del reino de los cielos sobre la tierra, la gran paz vendrá sólo cuando la vida del hombre haya sido estabulada o extinguida sobre la tierra y “cuando el viento sople sobre la arena a lo largo de toda la superficie terrestre y los cristales vuelvan a brillar como la luz de las estrellas”. Ulrich es el profeta del fin de toda filosofía humanista ética y religiosa: imagina la destrucción como un evento sagrado, grandioso. El hombre es un monstruo pero el monstruo se convierte en el redentor, en una figura sagrada. Sin embargo, ante esta situación del mundo que describe con una crudeza inimaginable, no da una respuesta a la presión que ejerce la violencia. La violencia puede llevar a la gente a una rivalidad exponencial, del estilo que describe René Girard en Achever Clausewitz, pero también el hombre tiene capacidad de amar. Hay una posibilidad por la que el hombre puede dejar de dar culto total a la violencia. La cuestión de la violencia conduce inevitablemente la cuestión de la libertad.
Cristo asume esa libertad del género humano sobe sus propias espaldas. El Siervo de YHVH irrumpe aquí como un principio clave para poder entender la historia de la humanidad. ¿Y si la única posibilidad para los hombres de escapar a su mutua autodestrucción fuera tomarse en serio al Siervo de YHVH?