Las violencias de la Historia y las memorias colectivas

Muchos de nosotros hemos estudiado la historia como un sucederse de batallas, de regicidios, de alianzas, contra-alianzas y recontra-alianzas, tratados de paz, armisticios, acuerdos entre rivales, ejes del bien y del mal, invasiones, colonizaciones y encuentros de culturas, civilizaciones o sociedades, masacres, genocidios y sacrificios, religiones e ideologías. Cualquiera de estas categorías admite un análisis del papel que en ellas juega la violencia -sea lo que sea que ésta signifique-.
 
 
Hay cientos de libros que tratan el papel de la violencia en la historia, en las ideologías, en las religiones y en la política. Hace poco el amigo Lucas Aguilera me pasaba una referencia que habrá que analizar cuidadosamente: Enzo Traverso, A sangres y fuego. De la Guerra Civil europea, 1914-1945 (aquí tenéis una interesante reseña, y aquí una entrevista reveladora sobre otro de sus libros). El papel de la violencia, su «pasteurización», su tecnificación a medida que ha ido avanzando la historia en este devastado Occidente (no menos devastado que otras realidades socioculturales, pero sí, tal vez, más consciente de ello). No podía no acordarme de la lectura que, muy por encima y a vuela pluma, hace de ese mismo período Girard en su Achever Clausewitz. Sería interesante profundizar en esta realidad de la que somos hijos, bastardos tal vez, pero hijos. En otro de sus libros, habla del papel de la memoria en la historia, la memoria colectiva, la histórica, la de los mass media, etc. Creo que la memoria, como rememoración de ciertas violencias, pintadas e imaginadas desde muy distintas perspectivas, constituye la base religiosa de nuestra concepción de la sociedad.
Lo curioso es que la memoria es, de entre todas las habilidades / competencias que se deberían trabajar en la escuela, la que más adeptos está perdiendo. Aprender de memoria un texto, recordar, hacer memoria y narrar, son actividades a las que cada vez dedicamos menos tiempos en nuestros modernos, colaborativos y muy «competentes» planes-Bologna de estudio. No olvidemos (perdonad la sorna) que la desmemoria (la méconnaissance girardiana) es la piedra de toque de cualquier construcción mítico imaginaria: cierto olvido de la verdad que hay en el origen, cierto olvido del escamoteo, de la sustitución, del sacrificio y del engaño sobre el que construimos nuestra vida / religión / ritual de bolsillo. 
 
La memoria ha de librarse de hermenéuticas politizadas, de pseudointérpretes sesgados y de, literalmente, mala fe. Una memoria histórica natural, que se precie, es la que pasan, aun sin querelo, los padres a los hijos, los abuelos a los nietos. Un día os hablaré de mis dos abuelos, del huérfano de la guerra civil y del secretario de pesca en la España franquista. Esa es mi memoria histórica.
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