Fukushima y la
presencia de lo peor

La presencia de lo peor en forma de radiación, que es la forma científica y moderna de los espíritus malignos que ni se tocan ni se ven, pero que poseen la carne de uno con la misma virulencia que el mismo Belcebú, esa presencia es la que se palpa en Japón, sin duda. Nosotros sólo la vemos de lejos, la notamos a través de las pantallas (esas otras radiaciones). Lo inimaginable ha ocurrido, convertido por arte de magia en lo que todos sabían que iba a ocurrir, lo que algunos sabían y ocultaban por interés, lo que otros sabían y querían ignorar (how many times can a man turn his head / pretending he just doesn’t see…?), y lo que, en general todos vivimos sin considerar.

Las reflexiones de Dupuy sobre el catastrofismo [es necesario hacer una lectura detenida de sus tesis neocatastrofistas, expuestas en Petite métaphysique des tsunamis y en Pour un catastrophisme éclairé; un excelente resumen de sus tesis en el blog tecnocidanos], teorías de lo improbable y de la complejidad (vía E. Morin, Valera y otros) podrán iluminar, pero siempre a posteriori, los sucesos y la presencia de lo peor en Japón estos días.

Desde una perspectiva filosófica, es curioso que ya no se susciten los debates voltarianos que provocó en el siglo XVIII el terremoto de Lisboa en torno a la existencia de Dios, la bondad del mundo, y otras cuestiones a las que ya nos hemos acostumbrado. Bajo nuevos nombres, sin embargo, las cuestiones son las mismas: poner nombre al mal, buscar culpables (para unos los nucleares, para otros, la naturaleza divinizada que se venga, para otros, casi todos, un vacío que llenamos con lo que sea). También hay héroes, o los había hasta ayer, con nombre de película (que se hará necesariamente para crear el mito): los 50 de Fukushima (los samurais, los héroes, el lenguaje épico se desparrama por internet, sobre todo desde que se sabe que morirán a causa de las radiaciones). [Adenda: un amigo me comentaba ayer la posibilidad de un castigo de Dios en todo esto. Aún no salgo de mi perplejidad. Algo en mí se rebela a pensar en un Dios-terremoto. Prefiero el Dios menesteroso de las vícitmas]

Lo curioso es que el escenario ya había sido dibujado cientos de veces por el manga japonés: Tokio postapocalíptico, Japón nuclear, historias sobre lo que ha sucedido que ya han sido contadas de modo obsesivo por los nipones. Sería interesante analizar el imaginario de la catástrofe nuclear y del mal en la ficción japonesa. Estoy convencido de que encontraríamos muchas sorpresas.

Ponernos en lo peor para tomar decisiones es el resumen de las tesis neocatastrofistas. Los nuevos mitos de la ciencia y del progreso, alentados por un capitalismo que no sabe mirar atrás, se nos presentan bajo un lenguaje ya ni veladamente religioso. Pero religioso sagrado, violento. Quién sabe qué nuevas víctimas nos pedirá este altar (¿de la ciencia, del progreso?). Lo que es indudable es que parece un dios insaciable.

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