V... de "Visitantes"

El mundo de la TV es un buen indicador social. Más allá de la manoseada referencia a la telebasura que todo intelectual que se precie ha de realizar en algún momento (y no necesariamente en contra: los hay que llevan a gala ver telebasura o la defiende como subcultura o le dan la vuelta a la tortilla…), más allá de la TV como fenómeno social o mass media. Me refiero a ciertas producciones para la pequeña pantalla (o no tan pequeña ya) que en los últimos tiempos están teniendo el mismo éxito que el folletín decimonónico y que dependen tanto como éste de la respuesta del público: las series de ficción.

Lo confieso: sucumbo y consumo a ojos llenos, aunque con cierto criterio (y no necesariamente del bueno). El amigo Desiderio Parrilla sabe más que yo de esto, y no descubro América de nuevo si afirmo que también en la tele hay antropología. No sólo en el fenómeno de ver la tele, sino en la propia tele.

Hay una serie que muchos de nosotros recordamos con cierta extraña nostalgia: «V». Corrían los años 80, el graffitti era un arte antisistema, y la V de spray rojo, las fingidas pieles y los lagartos-de-goma-come-ratas llenaban nuestra imaginación atrapada en cromos de cartón que pegábamos con pegamento IMEDIO a los manoseados álbumes (junto al Michael J. Fox del Regreso al futuro, la fantasia en 8 bits de TRON, Bastián y el dragón de la suerte, samurais, superhéroes en pijama, hobbits y otros entes de ficción que muchos creíamos y queríamos más reales que la propia realidad).

Esta nostalgia que nos lleva, en un ciclo de recuperaciones rituales miméticas, a copiar nuestro cualquier tiempo pasado fue mejor llena los espacios creativos de nuestros días con mayor frecuencia cada vez: Lost no deja de ser una lectura desbordante y desbordada, eso sí, de La isla misteriosa y otras novelas de Julio Verne; con Cuéntame cómo pasó ya hemos tenido nuestra Aquellos maravillosos años; Fringe resuena a X-files y los comics de Kirby, El coche fantástico ya tiene su modernización y se cuentan a millares las series que narran las mismas historias de siempre (hay quien dice que hay sólo un puñado de historias que contar: los celos, la envidia, el resentimiento, la culpa y la inocencia). La lista se completa con la serie que hoy quiero comentar, para aligerar la tensión política de estos días (perdonad la ligereza, pero me he tomado al menos dos días para deglutir toda la información de la que he hecho acopio antes de volver al ataque): V (2009).

Hay sobre todo dos cuestiones que merecen la pena destacarse: la primera es todo el juego en torno a la divinización de los visitantes que incluye la nueva versión. Los visitantes buscan ser adorados. Se trata de una invasión mediática más que militar: la opinión pública parece mover más a los Visitantes que el potencial bélico terráqueo. En la primera temporada, en boca de la líder de la resistencia (Erica) y de uno de sus lugartenientes, un sacerdote católico (?) [por cierto, capellán militar], se expresa de forma clara: la mayor arma de que disponen los extraterrestres es la devoción que inspiran en las masas humanas. ¡Si hasta tienen un slogan: «Somos gente de paz. Siempre»! Ya Girard nos ha enseñado a desconfiar de ciertos pacifismo en su último libro, Achever Clausewitz [traducido aquí].

La segunda cuestión abre otras muchas. El mimetismo de los Visitantes que les impulsa a clonar nuestra piel, y el hecho de que esa «simple» clonación de la piel, ese sencillo parecer más humanos, les termina «infectando» de humanidad. Como si la imitación transmitiera cierta esencia de la humanidad (los sentimientos, el alma).

Por lo demás, la serie peca de cierta puerilidad y a medida que pasan los capítulos la cosa pierde intensidad (y eso que para la segunda temporada recuperan a la mítica Diana, icono sexual de muchos, ¡ay, esos pelos cardados!). Se nota, no obstante, que todo el esfuerzo de los guionistas se dirige, más que al barroquismo efectoespecialista, a la complejidad moral y ética. Lo normal es que se quede en esfuerzo, y nada más. Pero se agradece la intención.

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