¿Por qué la COVID19 será el inicio de una pestificación interminable?
Por Ángel J. Barahona Plaza, el 19 de julio de 2020
Girard, en La violencia y lo sagrado, habla de la epidemia de peste que arrasa la ciudad de Tebas, un signo claro de una pérdida de diferencias sociales. La peste no respeta jerarquías. Muere tanto el rey como el plebeyo. El viejo como el niño. La mujer como el varón. Esta «indiferenciación» es previa a la designación del chivo expiatorio que, una vez expulsado de la ciudad, volverá a traer la calma y el orden a la ciudad. Cuando llega Edipo a Tebas la ciudad está sometida a la peste. Edipo, con el tiempo, será designado por el oráculo como el culpable de la catástrofe por sus rasgos externos más que otra cosa.
Tendrá que ser sacrificado o expulsado para descargar sobre él el mal que trajo a la ciudad y realizar la catarsis purificadora. Los demás se verán libres cuando Edipo sea expulsado. Él trajo el mal, él lo carga y lo expulsa con él. La acusación que le convierte en culpable es falsa: ni ha sido realmente incestuoso ni parricida, al menos de forma consciente. Es simplemente una víctima del destino.
¿Esta interpretación mimética de la pandemia puede servir para las catástrofes que nos amenazan hoy en día? Sí, con una sola excepción, nos dirá pocos años después Girard, en el 2007, en Achever Clausewitz:
Hoy en día no es posible una resolución sacrificial. El sacrificio ya no funciona desde que el cristianismo ha revelado el mecanismo de la unanimidad: la masa no piensa, lincha, se desahoga contra un tercero, y se va a su casa a ver las noticias. Es lo que le hace decir a Lévinas, en una «lección talmúdica», que si todo el mundo está de acuerdo para condenar a un acusado, ¡hay que liberarlo inmediatamente, porque tiene que ser inocente!
René Girard, Achever Clausewitz, Paris: Carnets du Nord, p. 62
Ya no es posible ese mecanismo de ocultación mítica que la comunidad utiliza para eximirse de la culpa a sí misma. Ya no se pueden encontrar culpables, porque todo el mundo ha aprendido a exculparse. Todo el mundo tiene parapetos salvadores: el presidente de un club de fútbol al entrenador, un presidente de gobierno a un títere aliado, o a un ministro, el hombre a la mujer y viceversa, el blanco al negro y viceversa (George Floyd), el padre al hijo, y el hijo al padre (Freud). Ya nadie necesita justificación moral o legitimidad social para considerar que el otro es el culpable y él la víctima de un proceso conspirativo.
Decía Girard proféticamente en Achever Clausewitz en 2007, 13 años antes que la Covid19:
La epidemia de peste simboliza siempre la inminente desaparición del grupo, el advenimiento de una reciprocidad violenta y generalizada en la que cada uno es el rival del otro. La peste es un símbolo y un síntoma de la pérdida de diferencias. Sófocles no encontró una imagen mejor en Edipo Rey para revelar la génesis de todas las instituciones: el momento en el que la violencia se ha esparcido por todo el grupo como un virus que sólo la «vacuna» del sacrificio permitirá frenar. El chivo expiatorio, aquel contra el que se rehace la unidad del grupo amenazado por su propia violencia, es llamado pharmakos en griego: a la vez «remedio» y «veneno», culpable del desorden y restaurador del orden. Es esta ambivalencia propia de lo sagrado lo que detiene un tiempo la violencia.
René Girard, Achever Clausewitz, Paris: Carnets du Nord, p. 63
Ciertamente. Este sistema funcionaba. ¿Y hoy? ¿No parece que el Presidente, culpable del desorden será mañana nuestro salvador? No estoy demonizando a Pedro Sanchez, podría ser cualquiera que estuviera en el poder, sin matices. Tiempo al tiempo. Hoy en día, con la pérdida de los ritos (Byung-Chul Han acaba de publicar La desaparición de los rituales, inspirándose en lo que Girard lleva diciendo sin descanso durante años, sin citarlo), la incomprensión de los mitos propios, y la ocultación llevada a cabo por la inflación de la información –ya no sabemos qué es verdad y qué es mentira por la cantidad de informaciones contradictorias que nos lanzan desde todas las direcciones–.
Girard sigue siendo profético. Un poco más adelante, nos dice:
Las guerras terroristas y otras pandemias que nos amenazan pueden recordar, pues, totalmente la peste tebana. El carácter fulminante del virus H5N1, en el caso de la gripe aviar, un virus mutante capaz de matar en unas horas a cientos de pavos, se desarrolla aprovechando las migraciones de aves, está claro, pero sobre todo de los flujos aéreos. Esta pandemia, que provocaría en unos días cientos de miles de muertos, es un fenómeno típico de la indiferenciación actualmente en vías de completarse en todo el planeta. Podemos pararlo con vacunas, a condición de saberlas compartir, de no limitarlas a las naciones ricas, dada la porosidad de las fronteras, tanto como la de todas las diferencias a partir de ahora. Estas pandemias nos dicen algo sobre las relaciones humanas, hoy en día reducidas a lo que podríamos llamar el «comercio planetario». Clausewitz entrevé esta realidad, hay que recordarlo, cuando dice que no hay diferencia de naturaleza, sino de grado, entre el comercio y la guerra. De hecho, las acciones terroristas tienen frecuentemente lugar en trenes o en aviones, lo que no es fruto del azar Hay un terror inherente a toda reciprocidad. Los viejos miedos arcaicos resurgen hoy en día bajo nuevos rostros, pero ningún sacrificio nos librará. Así pues, es urgente elaborar estrategias para detener esta violencia imprevisible que ninguna institución puede ya contener. Pero esas estrategias no pueden ser ya militares o políticas. Una ética nueva se impone en esta época de catástrofes, en una época en la que la catástrofe ha de ser integrada urgentemente en la racionalidad.
René Girard, Achever Clausewitz, Paris: Carnets du Nord, p. 63-64
Este es el punto crítico. Ya no funcionan los ritos de expiación, ya no entendemos los mitos, las religiones arcaicas son simplemente objetos de museo etnológico, y la que iluminó este proceso ha sido expulsada del debate intelectual siendo considerada una más entre otras creencias crédulas. Pero seguimos necesitando alguien que cargue con la culpa de todos. ¿Quién articulará los principios de la restauración ética del orden? ¿Sobre qué espaldas se cargará la culpa? ¿(A) Quién (se) expiará en aras de que la ciudad recobre la salud?
Edipo realmente no tiene nada que ver con lo que se le imputa, la peste va de suyo. ¿Cómo es posible que pueda canalizar todas las miradas sobre él sin tener nada que ver con la peste? Los mitos han funcionado como relatos salvadores/justificadores de los perseguidores en detrimento de las víctimas. Hoy los políticos son los narradores de los nuevos relatos. El oráculo, el que ve más allá, el que está en la cúspide del conocimiento va señalando quién tiene que caer/pagar. El presidente al entrenador (reciente Barça), el presidente al vicepresidente (se verá). Simón tardará porque a la ciencia le corresponde lanzar el oráculo que sirve de parapeto para que otros se salven. El mantra de que «lo dice la ciencia» durará poco, pero todavía funciona, porque el vulgo aún no ha caído en la cuenta de que toda ciencia está todavía en la interpretación, en la comunicación, creyéndose su propio mito (Feyerabend). El ritual sustitutorio de las religiones arcaicas –el que llevan a cabo los políticos con funerales laicos, llamas encendidas que recuerdan aquelarres y fuegos sagrados, círculos concéntricos, y mesas redondas– ya está señalando posibles chivos expiatorios. Las víctimas todavía no saben que lo serán, los verdugos no se reconocen como tales, nosotros no podemos ser conscientes porque si no dejaría de funcionar el sistema. En la abundancia de sucesos se disipa la relevancia de su significado social, pero están ahí, esperándonos. Cada vez habrá más víctimas y todas saldrán a la calle, desconcertadas buscando culpables, porque la masa solo se puede ver víctimas inocentes. Recordemos los sucesos que sobrecogieron a América con el fenómeno George Floyd.
En el mal se encuentra la solución cuando se este se percibe. ¿Quién está en condiciones de hacernos comprender que todos estamos involucrados en el devenir de los acontecimientos, que no hay ningún culpable ni ningún inocente? Que nos atañe a todos la salvación. Digo bien salvación, porque esta nueva ciencia/religión de la que todos somos devotos creyentes pretende salvarnos. Sabemos que solo conseguirá darnos expectativas de salud, no de salvación. La salvación solo llega cuando salimos de lo religioso. Y estamos todavía en lo moderno religioso que calca lo arcaico. Hay que salir de lo religioso ilustrado, racional o irracional (estas dos formas conviven simbióticamente en la actualidad) que ha convertido en un mito nuevo la credulidad de la masa en el poder político, en la voluntad de poder de la ciencia.
No hay otro camino. Así pues, habrá que volver a esta salida de lo religioso que no se podrá realizar más que en el seno de lo religioso desmitificado, es decir, del cristianismo
René Girard, Achever Clausewitz, Paris: Carnets du Nord, p. 65
El cristianismo dice que la pestificación de todo lo que el hombre hace o deja de hacer es fruto de su endiosamiento. Que solo la conversión, el reconocimiento de que Dios es otro, puede salvarnos de nosotros mismos (y no estoy hablando de escatología).
Ya la sabiduría judía lo anticipó. Así decía Jeremías:
Así dice Yahveh:
Maldito sea aquel que fía en hombre,
y hace de la carne su apoyo,
y de Yahveh se aparta en su corazón.
Pues es como el tamarisco en la Arabá,
y no verá el bien cuando viniere.
Vive en los sitios quemados del desierto,
en saladar inhabitable.Bendito sea aquel que fía en Yahveh,
Jeremías 17, 5-8
pues no defraudará Yahveh su confianza.
Es como árbol plantado
a las orillas del agua,
que a la orilla de la corriente echa sus raíces.
No temerá cuando viene el calor,
y estará su follaje frondoso;
en año de sequía no se inquieta
ni se retrae de dar fruto.
Buenas tardes,
Una verdad científica no tiene una esperanza de vida muy larga en condiciones de alta presión social (por ejemplo, en tiempo de virus altamente patógenos), pero siempre se subestima el efecto-fábula que puede llegar a producir: incluso la más nimia de las afirmaciones miméticas puede modificar el imaginario colectivo y alimentar pseudoverdades (mitos) que lleguen a secuestrar la mentalidad colectiva. Denominar a la pandemia de 1918 “española” escamoteaba que la letal mutación del virus ocurrió en entornos militares, culpabilizando a un país que no participó en la guerra de moda.
«Este tipo de demonio sólo se expulsa con ayuno y oración»
Gracias y fuertes abrazos !
Fernando Blasco