Un virus dentro del corona más peligroso…

Por Ángel J. Barahona Plaza, el 7 de marzo de 2020.

Los virus son fragmentos de ADN y/o ARN envueltos en una membrana de proteínas que se pegan a la membrana de células vivas parasitariamente hasta que logran introducirse en el núcleo de la célula y cambiar su código, su información genética. No son vida en el sentido en que esta se puede entender, sino fragmentos de información. Si las células estaban diseñadas para la vida, la nueva información que porta el virus las puede convertir en monstruos replicantes que se expanden a través del sistema de comunicación celular sembrando la muerte. Solo ataca a células vivas, entran por las mucosas, las áreas que tiene contacto con el exterior compuestas de células vivas. Colonizando a su paso a los sistemas celulares vivos convirtiéndoles en grupos infectados de muerte. El cuerpo, una maravilla milagrosa, tiene mecanismos de defensa muy sofisticados para hacer frente a esa invasión silenciosa. Inmediatamente que una célula experimenta que ha sido invadida por esa información parásita manda información a las células adyacentes, y a todo el sistema inmunitario para que envíen refuerzos que la aíslen; incluso algunas células “deciden suicidarse” para rodear de muerte al virus y “enclaustrarlo”. Todo depende de la salud previa del sistema, de la rapidez de actuación de las patrullas de alerta, del “compromiso o consciencia” de todos los subsistemas de alema y defensa que se pongan a trabajar juntos para acorralar al invasor.

Este mecanismo es paradigmático. Entendiendo que la sociedad es un sistema vivo, podemos abordar el tema desde esta perspectiva biológica para explicarnos lo que está pasando.

Los medios de comunicación nos dan solo fragmentos de una realidad hipercompleja. Esa información parasitaria se aloja en distintos grupos humanos que no advierten lo que está sucediendo en el resto del sistema -cuerpo- en forma de ataque particular a mi pequeño mundo. Se empieza a correr por la red que comunica unos grupos con otros (sistema de salud, partidos políticos, escuelas, grupos o colectividades más alarmadas o más cercanas al riesgo) que la amenaza abarca a todos los subsistemas. El primer momento en el que una de estas células es invadida, el huésped que aloja el fragmento de información truncada, entra en estado de pánico (recomiendo la lectura de este concepto aplicada a la economía y la política que hace Jean Pierre Dupuy, El pánico, Gedisa, Barcelona).  Pánico viene del dios “Pan” que representa en la mitología (llena de versiones idénticas llamadas Dioniso, de Shiva, de Apis…) un dios primaveral que arrasa con todo lo que pilla por delante. Es un éxtasis destructor, generador de muerte, erotizado, violento. A esta corriente de muerte se van sumando todos los individuos que forman parte de esa sociedad. A esto se le llama, gracias a la teoría mimética que debemos a Girard: “arrastre mimético”. Cuando queremos darnos cuenta estamos “contagiados”. La mímesis funciona como un virus. Se pierde el control cuando la masa se pone en marcha, pues -como decía Elías Canetti en Masa y poder– funciona como la masa en física (según su aceleración la masa tiende a crecer). Sólo queda parar ese crecimiento acelerado exponencial. Pero quién para un fenómeno mimético una vez que se ha puesto en marcha. El cuerpo ha quedado invadido. En los mitos era un factor “estacional”, la primavera repleta de vida acababa con la muerte del invierno. La esperanza mitológica es que todo muera para que todo renazca. Pero nos resistimos a entender a la naturaleza aun cuando parece que la dominamos. La ciencia nos ha introducido en su mito (Paul Feyerabend: El mito de la ciencia y su papel en la sociedad, Teorema, Valencia), pero a duras penas funciona. Aunque nos ayude a comprender el proceso biológico, le falta comprender el sociológico: el comportamiento mimético humano. La ciencia está compartimentada, como esos cúmulos de virus que solo atacan a determinados órganos y se le escapa la compresión holística (tener una visión total u omniabarcante de todos los elementos implicados) que necesitamos para un fenómeno como este, que es muy parecido al funcionamiento del cuerpo. Así, por ejemplo, bajo el paraguas de su mito, queriendo controlar la muerte, la reproduce en los laboratorios. Nos hace prisioneros de sus enjuagues alquímicos, y nos sumerge en una némesis radical, como nos advertía un profeta de nuestros tiempos, Ivan Illich. La educación que trata de transmitir el conocimiento en aras de hacernos más libres nos adoctrina, nos bestifica (véase el ejemplo dogmatizador de la historia aprendida en los colegios; véase el efecto adoctrinador que nos ha traído la transferencia de las competencias educativas en Europa a las autonomías que en lugar de abrir la mente de los adolescentes, les ideologiza y radicaliza); la medicina sometida al férreo juramento hipocrático, conjurada para no matar, se va a convertir por injerencia de la política en un servicio de matarifes que sacrificará a las nuevas víctimas en función de la higiene eugenésica y de las arcas de la seguridad social disfrazada de compasión con los no nacidos no queridos, y con los ancianos que -seducidos por el control egoísta de la natalidad se creyeron el mensaje (información fragmentada vírica) antinatalista y ahora les toca vivir la enfermedad, la vejez y la soledad desolados y bajo amenazas supuestamente terapéuticas; los medios de transporte concebidos para acelerar las relaciones comerciales y facilitar el intercambio de bienes, nos meten su virus y atascan el sistema (se cierran las fronteras, e se impide el libre desplazamiento) alojando un huésped maligno en su núcleo: dióxido de carbono que nos augura una catástrofe ecológica inimaginable. Los medios de comunicación desinforman al fragmentar la información, al no poder abarcarla toda o tener que sesgarla dependiendo de los intereses económicos de aquellos que los mantienen; la tecnología que nos prometió el bienestar, la comodidad, la capacidad infinita de subsanar los sistemas infectados, nos ocultó que lo haría con amputaciones protésicas, sustituyéndonos por robots, creando instrumentos que nos hacen cada vez más dependientes, generando injusticias sociales, abismos culturales, cada vez más peligrosos porque más sutiles e imperceptibles. También la tecnología informática conoce el mundo vírico, y tiene ejércitos de ingenieros generando antivirus, dedicados a la ciberseguridad, creyendo que va a poder controlar lo incontrolable. Algún día un virus informático, disfrazado de antivirus, se colará en el procesador de todo lo procesable del mundo en modo de algoritmos replicantes y paralizará todo el sistema económico, biológico, sanitario, de transporte, etc.

Y, por último, el virus de todos los virus. Estos virus son elegantes, llevan traje y corbata y se alojan en el cerebro. Las neuronas diseñadas para gobernar, crear sinapsis originales, para pensar, sentir, disfrutar y ser felices, van a ser atacadas por un virus letal.  Serán dirigidas por canales impuestos de pensamiento único. Lo que en pro de la libertad se pensó para garantizarla nos impondrá modelos de pensamiento fijos. Ese virus acabó con lo bueno que tenía cierta dosis de relativismo, y nos introducirá en una era post-relativista. Los políticos han encontrado la verdad y nos la tendrán que imponer como obligación ética, su compromiso con la verdad es serio. Creen en ella. Esta nueva religión vírica va a ser súper cruel. Toda neurona que pretenda ser libre, creativa, original tendrá que someterse a las directrices del partido formado por la colonia de virus parasitarios que han decidido auto considerarse terapéuticos.

¿Cómo se ha puesto en marcha este virus más letal escondido detrás del covid19? Por el miedo que tenemos a la muerte, la multiplicamos. Por el miedo que tenemos a la muerte tratamos de erradicarla con todos los medios a nuestro alcance. Los medios a nuestro alcance son aquellos que nos posibilita el rendimiento económico. Porque detrás de todo contagio alguien está pensando en las ventajas que eso supondrá, aunque alguien tenga que asumir terribles pérdidas. De momento solo reaccionamos haciendo lo que hacen los demás. Si todos manifiestan comportamiento de pánico, hemos de replicarlo para no ser señalados como antiéticos, o antisociales. Por eso hay que simular que también estamos preocupados, o que nos asola el mismo temor. Como la masa tiende a crecer hay que evitar los fenómenos sociales que congreguen masas, pero solo aquellos que no sirvan para reproducir los cúmulos de células que ya están metastásicas. Estas hay que dejarlas que fluyan y contagien, que generen sistemas que sean anti sistema inmunológico. Cuando todos estemos contagiados por el virus mimético, seamos todos igualitaristas, deseemos las mismas cosas, tengamos los mismos miedos, alumbremos las mismas expectativas, el sistema habrá llegado a su equilibrio homeostático. Una legión de salvadores se atribuirá el éxito en la batalla, aunque haya que lamentar los daños colaterales. Los daños colaterales son siempre los primeros que todo el mundo entiende: habrán caído los que no piensen “como todo el mundo”, los que quieran defender la libertad de expresión, los que vayan contra corriente en la educación, los que quieran que exista un margen de libertad entre deber social y derecho. Desde la némesis terrorista, a la económica o política, los daños colaterales siempre justifican el sacrificio, la limpieza étnica, social, biológica, política. La trampa totalitaria está al acecho. Su éxito reside en la corriente mimética que se genera cuando cunde el pánico.

¿Por qué no iba a ser así en ese ensayo planetario que pone a prueba los sistemas de salud pública? ¿Qué habremos aprendido? ¿Qué deduciremos de esta experiencia? Que hay que restringir más los movimientos, las libertades, que será obligatoria la mascarada universal, que alguien tendrá que ser sacrificado, que hay que hacer nuevas leyes reguladoras, que hay que hacer monumentos a las víctimas, ensalzarlas públicamente; que hay que dar más poder al estado, que hay que confiar en los políticos, nuestros salvadores, pues aunque hayan cometido errores lo han dado todo; todo se convertirá en fiesta, y luego en olvido.

Luego está la realidad: el virus no para de generar muerte. Este y otros vendrán a distraernos de lo verdaderamente importante, que es la pregunta siempre velada: ¿qué sentido tiene la vida? Los cadáveres tendrán un denominador común: perdieron la esperanza, descubrieron que solo eran una célula más de un cuerpo social anodino; nadie las trató como personas; nadie les dio la información veraz y completa, nadie comprendió la singularidad de cada caso; fueron homogeneizados, parametrizados, igualados por el rasero de ser una masa indiferenciada.

close

REGÍSTRATE PARA RECIBIR LAS ÚLTIMAS NOVEDADES

2 comentarios en “Un virus dentro del corona más peligroso…”

  1. El Sars-cov-2 (Sars-2 para los enemigos), causante de la enfermedad emergente denominada Covid-19, no deja de ser un primo cercano del Sars (Sars-1 para los amigos). Este último, en 2003, causó unos 8000 casos y mató a cerca de 800 personas. Si bien la mayoría se han jactado del éxito científico que su supuso control epidemiológico, algunos han interpretado que, de repente, simplemente desapareció. Satán expulsó a satán. El Sars-2 está actuando de un modo tan diabólico probablemente debido a que en bastantes ocasiones se mimetiza como los mocos habituales de un niño, el catarro de un adulto sano, una tos alérgica primaveral o ni siquiera da síntomas.s días. Pero se transmite, se replica, es lo único que sabe hacer.

    Socialmente produce, entre otros, fenómenos como el arrastre mimético. Gracias por recordárnoslo, Profesor Barahona. Sirve para comprender el “efecto papel higiénico” de estos últimos días. Alguien en pánico vírico ve como otro arrastra el carrito cargado de rollos e imita su comportamiento, que luego explota en el mismo centro comercial y, al poco, por las redes sociales, wasaps y demás.

    Si la ciencia -que está vez va a necesitar más que nunca la IMITACIÓN DE ACTOS SOLIDARIOS como los que enseñó Jesús- no puede con el bicho, siempre nos quedará rezar para que este diminuto satanás acabe otra vez por autoexpulsarse.

    Y, acercando a un niño, lo puso en medio de ellos, lo abrazó y les dijo: «El que acoge a un niño como éste en mi nombre me acoge a mí; y el que me acoge a mí no me acoge a mí, sino al que me ha enviado.»

    Un abrazo !

  2. veremos más y más fenómenos de mimesis buena: los aplausos, la solidaridad, las gansa de ayudarnos unos a otros, la compasión mutua. Las caceroladas… todo son fenómenos miméticos.

Responder a Fernando Blasco Cancelar respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *