Camps lector de Girard

Por David García-Ramos Gallego, 17 de enero de 2012 [publicado también en nuestro espacio en Religión Digital]

No sabría decir si Camps ha hecho gala de un humor fino, si ha sido una casualidad, si ha tenido un buen asesor que no sabía lo que hacía o si, simplemente, está tratando de comprender lo que le está pasando. Si es esto último, tal vez ha ido a dar con un buen amigo, un buen consejero y un excelente intérprete de todo el proceso.

El caso es que el gesto del imputado leyendo un libro durante la causa es digno de analizarse, según se observa en el siguiente vídeo.

El silencio de las imágenes nos permite concentrarnos en ellas. Camps lee algo en un libro, se lo pasa a su abogado. Este, ocupado escribiendo sin cesar, espera a que la mujer que hay sentada tras él se lo pase. Cuando lo recibe aún se demora un tanto en leerlo. Cuando lo hace sonriendo, y escuchando sin dejar de leer las explicaciones del ex presidente del ejecutivo valenciano, parece seguir más allá de la cita que suponemos Camps habrá subrayado –¿con rojo?– y le señala otro texto al devolverlo, texto que el Camps lee con interés.

Y, sin embargo, no es un gesto inocente.

El libro, La ruta antigua de los hombres perversos, es del autor francoamericano René Girard y si fuera un libro cualquiera el gesto de Camps no sería noticia. Los medios lo han convertido en noticia leyendo superficialmente e interpretando de forma interesada el contenido del libro.

Los medios no han tardado en dar noticia, respondiendo al gesto de Camps, pero sin entender del todo sus implicaciones. Es cierto que el libro habla de un chivo expiatorio. El mecanismo del chivo expiatorio, descrito y desarrollado con multitud de matices a lo largo de la extensa obra de René Girard, se entiende y recuerda con la misma facilidad con la que suele mal interpretarse la antropología que hay detrás.

¿Qué tiene, pues, de particular el libro que Camps muestra a los medios de forma descarada? ¿Qué nueva elaboración nos ofrece Girard del mecanismo del chivo expiatorio? En el análisis que del libro de Job hace Girard llama la atención un detalle: el protagonista es un príncipe, un rey, una figura importante entre sus contemporáneos. Pero los mismos que le idolatraban le condenan unánimemente por una culpa que no aparece, un pecado inconfesado. No dice no pecar, dice que no es para tanto, que no merece el castigo.

Esta obra de Girard hace hincapié en dos aspectos que hay que rescatar para entender completamente el gesto, seguramente inconsciente, de Camps. Por un lado es este carácter de idolatría que precede a la persecución. El santo Camps da paso a Camps el criminal. La unanimidad aquí es fundamental, pues según Girard los mismos que callaban y le escuchaban, le harán callar; los mismos que lo defendían y lo promovían, guardarán silencio y lo dejarán caer en el olvido –como poco–. El chivo expiatorio es divino y demoniaco, es el mal y la cura para el mal, veneno y fármaco.

Pero el problema aquí no es moral. Lo que Girard enseña en su libro no es el juicio moral de los políticos. Señala los procesos victimarios, que no siempre siguen el esquema “el que la hace la paga”. Como en el caso de Urdangarín, lo de menos es la criminalidad del imputado –que aquí ni confirmamos ni ponemos en duda–. Lo que llama la atención es el proceso en sí mismo, la unanimidad en el comportamiento de los asistentes al proceso –desde dentro y desde fuera– y la imagen de Camps.

La noticia habla de traiciones, de chivos expiatorios, pero no habla de lo más evidente: el título de la obra. La ruta antigua de los hombres perversos es la ruta que siguen los poderosos. La ruta que tal vez ha seguido el propio Camps. Quién sabe si lee para comprender qué le ha pasado, cómo ha podido ocurrir. Tal vez lee para aprender y prevenir a sus compañeros de profesión: Job, dice Girard, «es uno de esos hombres cuya carrera ha acabado muy mal porque ha comenzado muy bien».

Todo esto nos suena y nos suena bien. Hay que tener cuidado con ascender mucho, pues cuanto más arriba lleguemos más grande será la caída. Creemos que Camps es culpable. No nos damos cuenta de que es lo de menos. Necesitamos cabezas de turco que expliquen qué nos está pasando, el por qué de la crisis. El pueblo pide sangre y es sabido que vox populi, vox dei. «El ascenso y caída de los grandes constituye un misterio sagrado cuya conclusión es la parte más apreciada. Aunque siempre sea la misma siempre se espera con impaciencia». Girard nos habla en su libro de la caída de los poderosos como de un teatro, un mito en el que cada cual desempeña su papel para que todo siga adelante como si nada. Ya saben ustedes que todo tiene que cambiar para que nada cambie.

Queda por saber si el gesto de Camps tiene algo de revelador. La repercusión en los medios ha sido como poco desproporcionada, pero ha logrado situar el gesto de Camps pasando un libro que quería que se viera, dentro del mecanismo del chivo expiatorio, como la última queja de uno que es culpable, y no como la denuncia y la revelación de la verdad oculta bajo todo linchamiento colectivo.

Me cuesta pensar en un Camps girardiano que ha llegado a entender algo más de lo que han entendido los medios de comunicación. Pero creo que tanto él como los periodistas que han olisqueado el libro han comprendido que dentro de sus páginas había verdad sobre el hombre. Y se han apresurado todos a silenciarla de la forma más efectiva: agitándola ante nuestras narices. Camps agita el libro, los periódicos agitan la noticia. Nadie se entera de nada.

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2 comentarios en “Camps lector de Girard”

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