Miedo (1)

Por Ángel J. Barahona Plaza, el 20 de marzo de 2016

Nubes negras se ciernen en este invierno extraño a punto de acabar. Han cambiado mucho las cosas. La agitación se siente en todos los ámbitos: en la carretera, en la familia, en el trabajo, en la política, en el planeta y sus planetadas. Hace tiempo era la muerte el “problema”, pero la Ilustración, la ciencia y la filosofía política nos convencieron que eso era un invento de la Iglesia, y de que el infierno estaba clausurado por defunción. Ellos nos abrirían el futuro, nos darían la paz, la salud, la vida, nos sacarían del oscurantismo, nos llevarían a un cielo real, histórico. En definitiva, nos devolverían al paraíso de la naturaleza del que nunca fuimos expulsados. Nos han convencido de fue un ensueño pensar que no pertenecíamos “solo” a ella.

Lo que ha pasado es que después de muchas décadas de política, de filosofía humanista, de sexo libre, de mucha ciencia y técnica, de mundo sin ley por exceso de ley, ahora lo que horroriza es la vida. Nos vemos miedosos de la libertad que los otros tienen para matarnos, de la autoridad que los otros tienen para educarnos, pero todavía dudamos a la hora de si dejarnos conducir a los pastos de hierba fresca que nos prometen unos u otros o desconfiar de cualquier iluminado “pastor del ser” que nos bañe con su luz científica, filosófica o política. Ya no nos fiamos ni de la madre que nos parió. La incapacidad de relacionarse, la falta de identidad, la angustia ante la soledad: el frío que hace ahí fuera es sobrecogedor. Y la calefacción que inventamos contamina el planeta, los cuerpos se vuelven enfermos, venenosos, sidosos, zombis: la autonomía que nos prometió Kant que “ya” llegaba con el atrevimiento, el orgullo y la soberbia de una sociedad civil madura, se ha convertido en psico-dependencias, esclavitud y neurosis, privadas y colectivas. Esa supuesta y deseada autonomía no es más que caos de opiniones encontradas e irreconciliables.

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The Source, de la serie Burn Season del matrimonio de artistas Robert and Shana ParkeHarrison (c).

Un paseo por el gabinete de un psicólogo o un psiquiatra nos da la idea de que no es nada exagerado esto que estoy diciendo. Nadie sabe nada aunque todos pretenden ser gestores exitosos del conflicto que nos envuelve en todos los órdenes. Un paseo por las estadísticas de suicidios, de alcohólicos, de drogodependientes… Un paseo por los periódicos que nos muestran que el cumplimiento perfecto del decálogo de los nuevos fariseos es un hecho consumado, que juzgan el comino y pasan el camello… Un paseo por los medios de comunicación, por los parlamentos de todo el mundo nos habla de un caos ininteligible y una exclamación brota en nuestro subconsciente: “es lo que hay”.

Nos basta: todo el mundo  –al menos la masa mayoritaria– deshonra a sus padres enviándolos por su bienestar –eso sí– a la residencia de ancianos o más “compasivamente” está pronta para votar el suicidio asistido; todo el mundo ha perdido el respeto por el descanso; todo el mundo ha convertido la fiesta en estrés; todo el mundo mata, roba, y su ética consiste en hacerlo para que no le pillen; todo el mundo adultera, miente, desea lo del prójimo… Basta analizar las manifestaciones que los psiquiatras hacen de las ansias y las fobias en sus estudios, para ver la mejora sustancial de vida que nos ha aportado el orgullo dionisíaco que se desató con el rechazo del cristianismo. De los panegíricos de Maquiavelo a Voltaire, pasando por los grandes profetas: Nietzsche, Marx, Lenin, Heidegger,  Sartre y su Beauvoir, a los alegatos de libertad, democracia, e ironía, de los nuevos posmodernos lo único que ha cambiado es el punto focal del miedo. Los nuevos miedos  de hoy en día se encuentran en  entre nosotros, los nuevos fantasmas que nos quitan el sueño (aunque para eso tenemos pastillas, ansiolíticos, Valium, programas narcóticos de televisión, futbol y drogas –debemos dar gracias a ese Dios defenestrado que respeta nuestra capacidad infinita de alienación–) nos han traído “cierta”  confusión. La perniciosa tendencia a confundir la realidad con los fantasmas, ha tomado una consistencia tal que lleva a los psiquiatras, a las universidades y a los políticos a organizar grandes encuentros mundiales de investigación de los casos que están fuera de control. Acabaríamos antes si solo pensásemos los que parecen estar controlados: ninguno.

Miedos a perder la relación con la única persona que un día (por interés, por miedo a la soledad, por romanticismo, por todo, por nada) me dijo que me quería… por eso ahora la mato –y lo llamamos violencia de género–. Y por miedo a perder el trabajo me auto-exploto, –y lo llamamos capitalismo salvaje–; por miedo a perder la seguridad que me ofrece el Estado, lo adoro y me hago su esclavo –y lo llamamos Estado del Bienestar–; por miedo a no ser o a la soledad me hago un perfil de Facebook mentiroso –y lo llamamos redes sociales–; por miedo al vértigo que me provoca el misterio incomprensible del “otro” y sus “otredades”, a su libertad, a la soledad me acompaño de miles de “amigos” sin rostro tridimensional en la red –y lo llamamos identidad digital–. Miedos acompañados de estrés, vulnerabilidad, emotividad a flor de piel, agotamiento, crisis económica por la falta de ética de muchos. La solución es huir hacia adelante: todos roban, yo también robaré; todos adulteran: yo también adulteraré; todos deshonran, yo también deshonrare, todos juzgan, acusan, reivindican, yo también reclamaré mis derechos; todos desean lo que el otro ostenta, yo también, nadie siente deberes: yo no voy a ser menos.

Terrorem meum in intimo

Nadie se reconocerá en lo que estoy diciendo. No se reconoce un miedo generalizado y de masas, tan solo cierto espasmo temporal cuando un atentado o una catástrofe nos asola… pero dura un segundo de sobrecogimiento, porque inmediatamente podemos cambiar de canal y ver a un “payaso” –hoy “comentaristas”- haciéndonos sonreír aireando de las miserias de otros. Los peces no saben del agua, viven en ella, saben del aire, donde no pueden vivir.

miedo 1_Genese du desir

Ese es el problema, por eso no buscamos soluciones. Se trata de pequeños-grandes terrores íntimos que, con extrema facilidad nos obsesionan, pero tan sutil, tan cotidianamente, que aprendemos a vivir con ellos, los somatizamos, los amamos, nos consuelan: un pequeño lamento, un pequeño malestar es tolerable, un lengüetazo de placer nos lo calma, como los perros que se lamen sus heridas, porque mientras pienso en él, los cadáveres que caen a mi lado no adquieren significación, no me exigen responsabilidad, no me inquietan, pero estas pequeñas incomodidades logran apoderarse de la mente. Jean Michel Oughourlian dice en su libro La génesis del deseo, que su consulta está llena de gente triste que sufre sin saber por qué, sin poder objetivar la causa de su dolor. Lo que hoy nos atormenta es el miedo del miedo.

La mujer de Julio César, Calpurnia, le advirtió en la víspera de su asesinato de la conspiración que se cernía sobre él. César respondió:

“No debemos tener miedo del miedo”.

Layout 1

Oughourlian nos advierte: por el miedo que tenemos al miedo generamos relaciones enfermizas, falsas identidades, pérdidas de autonomía, pequeños sufrimientos que se transforman en ansiedades insoportables. Dupuy nos alerta en la Metafísica de los tsunamis, que del pánico nadie estamos libres. Pero antes el pánico tenía su justificación: terremotos, guerras, volcanes… hoy una mala mirada, una expulsión del trabajo, un pequeño contratiempo, un lunar analizable, un bulto en el pecho, un pequeño movimiento del gobierno de turno que deje entrever la debilidad congénita de Papá Estado hace temblar a los niños y provoca un tsunami. ¿De dónde viene esto?

Esta pregunta merece un segundo post.

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