La era de los suicidas

Por Ángel J. Barahona Plaza, 30 de abril de 2015

Altar improvisado en el Instituto Joan Fuster, Barcelona. Foto de Ferrán Nadeu (elperiodico.com)

Debería patentar este término porque pienso que va a tener mucha relevancia en el futuroCada día que pasa me asalta una y otra vez una asociación cada vez más pertinaz: la relación entre Lubitz y Mohammed Atta. No porque el modus operandi sea estrellar aviones contra torres o contra montes, sino porque el resultado del suicidio es una inmolación en la que la víctima es quemada en el mismo altar que el sacrificador. La perplejidad que siento por la increíble y sugerente mímesis, que se repetirá más veces en el futuro gracias al impacto de los medios, se extiende como la pólvora por el escándalo que suscita entre los mirones de nuestra sociedad del espectáculo. Es un efecto contagio incontrolable. Algo que atrae no solo a los paranoicos o depresivos, sino a gentes tan racionales como Osama Ben Laden, o Andreas Lubitz, o el alumno del Instituto Joan Fuster. La estela mimética de alumnos criminales en EEUU, que va dejando una huella indeleble en las hemerotecas necesita ya una extensa base de datos

 

No obstante vamos al meollo: se presenta cada vez con más profusión un escenario sacrificial y cada vez más este escenario es mimético. La idea criminal que subyace está revestida de un aparato escénico sugerido, copiado de una performance original que tuvo lugar con anterioridad

 

El holocausto de Nabucodonosor en el honor de su nombre Imperial, al que todo el mundo ha de someterse por Ley, es el modelo. ¡¿Cómo hemos podido llegar a imitar tan bien este modelo?! ¿Qué secreto guarda el sacrificio que lo hace tan atractivo, tan universal y tan rico socialmente? Los aztecas, cananeos, egipcios, mesopotámicos, vedas, sabían la importancia de elegir el modo, el día. La catarsis purificadora estaba asegurada con el derramamiento público de la sangre. Todo el mundo entendía el mensaje. Aunque la función del sacrificio era de cara a la aceptación del humo de las víctimas por parte de los dioses, la separación entre religión y política y sociología nunca ha estado clara, entre otras cosas porque es imposible. Desde Durkheim sabemos que son inseparables. El problema nos lo plantea la diferencia entre un mundo aparentemente religioso como el Islam y el aparentemente ateo como el de Lubitz. Si miramos en profundidad no es tan descarada la diferencia: primero porque el Islam nunca ha sido separable de la intención política de su fundador. La umma es la sociedad política más sólida imaginable. Los tintes utópicos la preñan de un mesianismo que justifica cualquier medio para conseguir el fin: la expansión de la fe… Alá es el referente simbólico con tintes ontológicos que da unidad a la dispersión del género humano. Sirve de justificador y catalizador que unifica los resentimientos colectivos contra las víctimas siempre inocentes que aparecen en su horizonte newyorquino, sirio, egipcio, somalí, keniata…

 

Mi hipótesis es que la humanidad repite esquemas con variaciones meramente estéticas. 

 

El sacrificio es el modo universal que la historia de la humanidad atestigua de aplacar y controlar la violencia y la arbitrariedad de los dioses creados a nuestra imagen y semejanza para justificar moralmente lo que parece destino o fatalidad.

 

Como afirma Marc Jongen:

 

La gran novedad de nuestra situación, que llega a inaugurar una nueva época, es que acabamos de recibir un poder creador semejante al de Dios, al mismo tiempo que se ha venido abajo toda y cualquier instancia superior que pudiese juzgar sobre la legitimidad o no del uso de ese poder. En otras palabras: nosotros mismos somos los que en todo caso determinamos el derecho de usar o no dicho poder.

Los juicios de los tribunales humanos y de la historia son inútiles, siempre son a posteriori y se basan en la racionalización y legitimación de la venganza por parte del estado, o de la voluntad de las mayorías… Las condenas de los medios, los  analistas y tertulianos, tampoco sirven para nada. Sólo levantan acta notarial de la catástrofe y sus propuestas son patéticas: siempre se basan en señalar a un culpable. El analista más exitoso es el que encuentra la culpable más rápida y más finamente. Exactamente igual que hacen los verdugos: los asesinos de ISIS o Lubitz, o este chico del IES Fuster, han encontrado un culpable y al culpable hay que exterminarlo. Viejo mecanismo romano-nazi-fascista-comunista que consiste en que alguien pague mi rabia. 

 

Pero yo voy a desvelar el misterio: la culpa de todo la tuvo Cristo. Porque hasta él todo el mundo creía en un mundo darwiniano. ¿Quién iba a criticar a un Calígula de arbitrariedad en el ejercicio del poder o a un Mahoma en la racias de conquista que forjaron su imperio político-religioso? A partir de Cristo los hombres saben que los inocentes no cobran factura y calman o excitan la sed de sangre de los rivales, o canalizan la necesidad de llamar la atención de los enemigos sobre mis reivindicaciones. Vaivén acomodaticio según las necesidades. Siempre es lo mismo. Miles de años de historias expiatorias pueblan la faz de la tierra. Lo original es el método, la estética y la capacidad de que un solo hombre pueda causar tanto dolor con métodos de inmolación masiva. Palidece el poder destructor de  Nabucodonosor o Diocleciano en una sociedad de masas. 

 

 

Fotograma de la película 2001: una odisea en el espacio.a

 

Ante este panorama no nos extraña nada que los suicidas tomen protagonismo. El modelo de estrellar aviones contra las torres gemelas o contra el Mont Blanc, nos dice que la mimesis no distingue entre la moralidad de las acciones. Cada vez menos juzgaremos una acción como inmoral. Está hecha, es un hecho, resignémonos. ¡Qué se puede esperar de un ser humano! Apenas recién salido de la ciénaga de barro de la naturaleza y ya tiene a mano un instrumento mortal: la quijada de un burro o un avión. Nos tranquiliza o consuela pensar –así nos lo hacen creer la batería de psiquiatras que se aprestan a bocear en los medios que se trata de la acción sin responsabilidad de un enfermo, de un loco–. El consuelo es que los estadísticos nos dicen que son un público poco numeroso. Craso error. No se trata de locos sino de gente muy cuerda. AttaLubitz y este chico, aunque tomen pastillas son la gente más racional y lúcida que podamos conocer. Sólo que han sacado conclusiones erróneas y han asumido con honor las consecuencias de ser samuráis en el sinsentido de la vida. Nos están gritando la vida no tiene sentido, no hay esperanza si sólo nos podéis ofrecer un carpe diem lujoso. Ben Laden, rico donde los haya, Lubitz, burgués alemán de alto nivel de vida, con novia, con estudios, y este chico sin problemas de hambre, nos gritan: no solo de pan vive el hombre sino de toda palabra que sale de la boca de Dios. El problema es que la palabra que han escuchado no ha salido de la boca  de Dios, sino de sus diosecillos. Ídolos miméticos, que alientan la credulidad: hagamos lo que hacen todos y pasemos a la historia. Todos los ídolos reclaman sangre. Políticos, económicos, científicos, religiosos, ideológicos. Y el único sistema que los denuncia, los comprende y carga con ellos es el cristianismo. Es verdad que ha sido descalificado porque algunos, de los que se decían a sí mismos que pertenecían a él, a lo largo de la historia han actuado igual y se han servido de él para cometer los mismos crímenes, pero los árboles no pueden impedirnos ver el bosque.

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